En un rincón del mundo donde la arquitectura suele medirse por metros cuadrados y materiales, Roberto Franco ha elegido otro camino. Uno más íntimo, más humano. A sus 34 años, este arquitecto cruceño no solo diseña espacios: los imagina como puentes entre la funcionalidad y la emoción, como experiencias que deben sentirse antes que admirarse. “Cada proyecto es un universo distinto. Nunca parto de una inspiración concreta, sino de lo que el cliente necesita, sueña, espera. Lo que me guía es eso”, confiesa con serenidad
Desde su estudio Franco Arquitectura, fundado hace más de una dé- cada, Roberto ha trazado un mapa profesional que va mucho más allá de Santa Cruz de la Sierra, Asunción, Miami, El Salvador y próximamente Buenos Aires se suman a su listado de ciudades intervenidas con su sello: una arquitectura moderna, sensorial, profundamente conectada con el entorno. Pero detrás del éxito internacional, hay un niño que alguna vez se asombró con el arte y el diseño, y que nunca perdió esa mirada curiosa. “Fue muy natural para mí elegir esta carrera, desde pequeño me gustaba todo lo que tenía que ver con el arte, con crear cosas, no hubo dudas, supe desde siempre que este era mi camino”, recuerda con una sonrisa.
Una arquitectura que respira
Su lenguaje arquitectónico no se limita a formas limpias y líneas contemporáneas, hay una voluntad clara de que sus diseños dialoguen con el paisaje, con la historia, con las personas que los habitarán. “Tratamos de que todos nuestros proyectos estén integrados con el entorno (…) ya sea una casa, un restaurante o un local comercial, la naturaleza debe estar presente, no solo como decoración, sino como un elemento esencial”, explica.
Este compromiso con la sostenibilidad no es una moda, sino una filosofía que aplica desde la planificación misma. Viviendas con paneles solares, diseño bioclimático y materiales que armonizan con el medio son solo parte del enfoque. “Es importante que la arquitectura tenga un impacto positivo, que sume, que no irrite ni borre lo que ya existe”, señala con firmeza.
En su visión, la ciudad ideal es aquella que logra equilibrar su historia con las necesidades contemporáneas. Santa Cruz, su cuna y campo de acción más querido, representa un reto fascinante. “Ha crecido muchísimo, pero muchas veces de manera desordenada (…) falta una planificación más humana, más inclusiva, tenemos que pensar en ciudades que se vivan, no que se padezcan”, reflexiona.
El arte de resolver complejidades
Cada nuevo proyecto trae consigo un enigma distinto, un cliente diferente, un propósito único, un terreno que impone sus propias reglas. Roberto no se queja, más bien, encuentra en esa incertidumbre la chispa que alimenta su creatividad. “Diseñamos una casa en Colinas, en un terreno con una pendiente muy pronunciada (…) fue muy desafiante desde lo técnico, pero logramos resolverlo bien, ahora va a comenzar su construcción (…) ese tipo de retos te obligan a salir de lo cómodo”, dice con orgullo.
Lejos de buscar una fórmula repetida, su enfoque varía con cada diseño. “La inspiración puede estar en cualquier parte, en una hoja arrugada, en una conversación, en un viaje, pero más que inspiración, lo importante es tener claro el problema que vas a resolver (…) eso es lo que te da el camino”, afirma.
Esa capacidad de adaptarse, de responder con soluciones creativas sin perder su identidad, es lo que lo ha posicionado como uno de los arquitectos más interesantes de su generación en Bolivia. Participante habitual de CasaCor Bolivia, ha presentado ya seis versiones de sus ideas en esta vitrina de innovación. “Este año vuelvo después de una pausa (…) CasaCor es un espacio para mostrar lo que estamos pensando, hacia dónde va la arquitectura, y eso siempre es emocionante”, comparte.
La dirección artística: un nuevo horizonte
No conforme con lo alcanzado, Roberto se prepara para dar un nuevo salto en su carrera, planea una especialización en dirección de arte en Colombia, un campo que le permitirá afinar aún más la experiencia estética de sus proyectos. Ya ha hecho cursos en iluminación y dirección artística, y un summer course en Nueva York, que amplió su perspectiva hacia los espacios comerciales y gastronómicos, este último, un rubro donde ha logrado dejar una huella nítida.
“Hemos hecho muchos proyectos gastronómicos en Santa Cruz, Cochabamba, La Paz… Ahora estamos trabajando con una franquicia boliviana que abrirá tres locales en El Salvador, ha sido lindo ver cómo se puede aplicar una mirada internacional a una propuesta local y hacer que funcione”, cuenta. Su trabajo en este ámbito no solo es diseño; es narrativa espacial, es pensar en cómo cada rincón se transforma en parte de una experiencia sensorial. “El servicio que ofrecemos es integral, pensado en cada detalle y eso lo valoran los clientes”, dice con convicción.
Equilibrar lo incontrolable
Cuando se le pregunta cómo logra balancear su vida profesional con la personal, su respuesta es honesta, sin pretensiones: “No lo logro del todo, es complicado, cuando uno hace lo que ama, pierde la noción del tiempo, no lo haces por dinero, lo haces por pasión (…) y eso hace difícil poner límites”. Reconoce que este sacrificio muchas veces cobra factura, pero también sabe que, en algún punto, cada esfuerzo encuentra su recompensa. “Felicito a quien puede mantener el equilibrio, no es fácil, pero también creo que, si uno hace las cosas con amor, el resto fluye”, reflexiona.
En un mundo profesional marcado por la competencia feroz y la presión por destacar, Roberto cree que la clave está en la autenticidad. “No hay que olvidarse de lo que uno es, de lo que te hace único, si eres fiel a eso, vas a destacar naturalmente, no se trata solo de ser mejor, sino de ser tú mismo con honestidad”, dice, dejando entrever la filosofía que lo guía.
El arte de no quedarse quieto
Más que arquitecto, Roberto Franco es un creador de atmósferas, su obra no se define únicamente por el hormigón o el vidrio, sino por una mirada que se atreve a sentir. Quizá por eso no busca ídolos ni referentes fijos. “No tengo una fuente de inspiración como tal, cada proyecto me inspira a su manera, no hay un botón que uno prenda para tener ideas, es un proceso”, dice.
En ese proceso, ha aprendido que la arquitectura no es solo técnica o estética, es también intuición, escucha, humildad para dejar que el espacio diga lo que necesita ser. “Uno no diseña para sí mismo, diseñas para alguien más y eso implica una gran responsabilidad”, concluye.
Esa misma responsabilidad lo ha llevado a proyectarse como parte de una generación de arquitectos bolivianos que están marcando tendencia, no por copiar modelos externos, sino por encontrar una voz propia. Una voz que respete el pasado, pero que no tema proponer el futuro.
Y en ese futuro, sin duda, Roberto Franco ya tiene un lugar reservado. Un lugar que no se mide por metros cuadrados, sino por el impacto humano de cada espacio que imagina.