En el universo del cine latinoamericano, pocos directores han logrado moverse con la naturalidad de Carlos Bolado entre producciones internacionales de gran escala y proyectos íntimos que nacen del corazón de una cultura. Hoy, esa trayectoria lo lleva nuevamente a Bolivia, país al que considera no solo un escenario potente para el séptimo arte, sino también una fuente inagotable de relatos que merecen ser contados. Con una mirada serena pero apasionada, Bolado regresa para dirigir Las vidas de Laura, un thriller psicológico concebido y liderado por mujeres, con una propuesta que no solo promete suspenso, sino también una inmersión profunda en el alma boliviana.
El director mexicano, conocido por su habilidad para entrelazar
el cine con la historia política y social de los países que retrata, no oculta su entusiasmo ante el reto que representa esta producción. “Yo hice thrillers políticos y me gusta este juego de quién es el culpable. La historia es interesante y a todo el mundo le atraen estas tramas”, comenta. Sin embargo, lo que hace especial a Las vidas de Laura no es únicamente su argumento: “Sucede en lugares que no se han visto en el cine, como Cochabamba, y si se han visto, no desde la narrativa de un thriller”. Esa novedad visual y narrativa es, para Bolado, una forma de descubrir y redescubrir una identidad cultural que resuena con fuerza cuando se cuenta desde adentro.
Hablar de identidad y cultura no es algo superficial para él. A lo largo de su carrera, Bolado ha mantenido una relación íntima con las historias que filma, buscando siempre anclarlas en la voz de quienes las viven. Su paso por Bolivia no ha sido breve ni circunstancial. En 2013, dirigió Olvidados, una coproducción boliviana que se adentró en las sombras del Plan Cóndor. Años después, regresó al país para filmar escenas de La Reina del Sur 3, una experiencia que reforzó su vínculo con el territorio y con su gente. “Filmar escenas de Olvidados y luego de La Reina del Sur aquí me reafirmó ese sentimiento. Bolivia es un país muy inspirador”, recuerda.
Bolado es consciente de los obstáculos que enfrenta el cine nacional, pero también es optimista sobre el camino recorrido. “Siempre ha habido talento, lo que no había a veces era el presupuesto ni las condiciones. Eso ha ido cambiando”, afirma. Su observación no es únicamente técnica: es una declaración de respeto hacia los artistas bolivianos, cuyo compromiso y creatividad han mantenido viva la producción cinematográfica en el país, a pesar de las limitaciones. En su opinión, el futuro del cine boliviano depende de que se asuma con mayor fuerza su rol como vehículo de cultura. “El cine es identidad y cultura. Faltan historias en aimara y quechua, pero vamos por buen camino”, afirma con convicción.
El guion de Las Vidas de Laura llegó a sus manos gracias a la actriz y productora boliviana Carla Ortiz y a la guionista Claudia Fernández. Bolado no solo aceptó la invitación, sino que lo hizo con un entusiasmo genuino por la historia, que califica como un proyecto creado desde la sensibilidad y la fuerza de dos mujeres comprometidas con el arte. “Es una historia creada por mujeres, ellas me invitaron, leí el guion y estoy muy agradecido de participar. Es un reto apasionante y lo agradezco porque este trabajo es una bendición”, asegura. La conexión fue inmediata. Más allá del interés narrativo, encontró en la propuesta una oportunidad para explorar nuevos formatos y continuar profundizando en la construcción de relatos desde otras perspectivas.
Rodar en Bolivia, para Bolado, no solo fue un desafío logístico. Fue, sobre todo, un proceso de descubrimiento. “Filmar en otro país me ayuda a comprender la condición humana”, confiesa. Cada locación, cada encuentro con actores y técnicos, le permitió expandir su mirada sobre lo que significa contar una historia desde lo local con una proyección universal. “Bolivia es única y peculiar, y encontrar esa diferencia que despierte curiosidad en el mundo es esencial. Aquí hay muchas historias que contar, historias que reflejan nuestra cultura”, reflexiona. Su enfoque, lejos de buscar exotismo, persigue autenticidad. Esa que se escucha en el idioma local, que se siente en el acento de su gente y que, en sus palabras, “puede resultar profundamente conmovedor”.
Las vidas de Laura ya ha sido rodada en locaciones emblemáticas de Cochabamba, un escenario cargado de historia, vida urbana y matices culturales. La ciudad, que para muchos sigue siendo un espacio poco explorado por el cine, se convirtió en un personaje más dentro de esta trama de suspenso. El elenco incluye nombres reconocidos del cine y la televisión como Milton Cortez, Cristian Mercado, Fernando Arze, Reynaldo Pacheco, Scarlet Ortiz, Mare Cevallos y la propia Carla Ortiz, quien también lidera la producción. El estreno está previsto para septiembre de este año y desde ya se proyecta como una obra que no solo busca entretener, sino también emocionar, provocar y, sobre todo, conectar.
En la visión de Bolado, todas las historias tienen el poder de cruzar fronteras si nacen desde un lugar honesto. “Todas las historias hablan de la condición humana. Lo importante es que desde tu mundo construyas algo que pueda entenderse en cualquier lugar”, expresa. Su pensamiento evoca una frase que lo ha acompañado a lo largo de los años y que hoy cobra más sentido que nunca: “Había un premio Nobel que decía que para contar una historia tienes que empezar desde tu casa”. Y, para él, Bolivia es una casa que le ha abierto sus puertas con generosidad y que lo inspira a seguir creando.
Carlos Bolado no vino a Bolivia a imponer una mirada, llegó a colaborar, a aprender, a sumarse a un equipo creativo que entiende que el cine es mucho más que una industria: es una forma de dejar huella. Y en esa huella, en ese registro sensible y humano, encontró el sentido de su oficio.
“Este proyecto representa una oportunidad para celebrar el talento boliviano y continuar fortaleciendo mi conexión con un país que tiene un lugar muy especial en mi corazón”, concluye. La suya es una declaración que no necesita adornos: detrás de cada palabra hay años de experiencia, respeto por las culturas y una fe profunda en el poder transformador del cine.