EL JINETE QUE TRANSFORMÓ SU PASIÓN EN DESTINO DIEGO BEDOYA: el boliviano que va camino a los circuitos ecuestres de élite mundial

Por: Nathalia Sejas / Fotografías Natalie Suto

Desde los cuatro años, cuando vio a sus primos competir por primera vez, Diego Bedoya supo que su destino estaba unido al de los caballos. Hoy, tras más de dos décadas de dedicación absoluta, este jinete boliviano recorre los circuitos más exigentes del mundo, llevando con orgullo los colores de su país y demostrando que los sueños grandes se construyen con sacrificio, pasión y una conexión inquebrantable con estos nobles animales.

En el mundo del hipismo internacional, donde cada salto puede cambiar una carrera y cada segundo cuenta, Diego Bedoya se ha convertido en una figura que trasciende fronteras. Su historia no es solo la de un deportista que inspira, sino la de un boliviano que decidió perseguir sus sueños sin importar las distancias, los obstáculos económicos o los desafíos que implica competir en la élite mundial.

“Una vez que me subí a un caballo, nunca más me bajé”

“Mucha de mi familia practica este deporte. Cuando yo tenía cuatro años, mi papá me llevó a ver una competencia donde estaban todos mis primos. Después de eso le dije: ‘Bueno, papá, quiero montar’, y así empecé”. Esa frase resume perfectamente la intensidad de una pasión que ha marcado cada decisión de su vida. A los 17 años, cuando muchos jóvenes apenas definen sus intereses, Diego ya había tomado la determinación más importante de su carrera: dedicarse profesionalmente al hipismo.

El salto de Bolivia a Argentina lo hizo a los 18 años, algo que marcó el inicio de una travesía que lo llevaría por múltiples circuitos internacionales. “Fue un paso muy importante para mí”, reflexiona. En Argentina contó con el apoyo de figuras clave como Pepe Gamarra, un referente del deporte boliviano que le facilitó contactos cruciales y le aconsejó entrenar con Ricardo Kierkegaard, propietario de uno de los haras más importantes del país. Allí, Diego forjó durante ocho años las bases de su carrera, un período coronado en 2017 con la medalla de bronce para Bolivia como young rider en los Juegos Suramericanos.

El Binomio: una alianza forjada con dedicación

Lo que distingue a Diego Bedoya no es solo su técnica, sino su comprensión profunda del llamado “binomio”. “La conexión que tenemos con el caballo es fundamental. No es solo un hobby, es una relación profesional que construimos día a día con nuestros animales”, explica con la pasión de quien ha dedicado su vida a perfeccionar esta alianza.

Su rutina diaria, que comparte con su esposa y compañera de entrenamiento, refleja esta filosofía. Dividen su tiempo entre la preparación física personal y el cuidado integral de sus seis caballos. “Estamos casi todo el día con ellos: entrenando, asegurándonos de que caminen, que estén sueltos en los potreros y que tengan una vida feliz como animales, no solo encerrados”, describe una rutina que busca el bienestar total del atleta equino. Esta manada incluye desde potros de siete años considerados jóvenes en el deporte hasta veteranos de diez, cada uno en una fase de desarrollo distinta. “Tengo dos de siete años, y otros de diez con los que estoy empezando a saltar en algunas competencias de tres estrellas, para seguir formándolos y poder llegar al máximo nivel”.

Esta dedicación total se traduce en una vida de constante movimiento. La temporada de verano los lleva a Wellington, Florida, para participar en “12 semanas del máximo nivel mundial”. Luego pueden pasar por Texas para un evento de tres semanas y después instalarse en Tryon, North Carolina, por siete semanas más para competir en eventos internacionales. “Es una vida de no parar. Llegas a tu casa después de meses, estás ahí solo por poco tiempo y luego sales de vuelta”, admite.

La mentalidad de un campeón ecuestre

“El caballo representa un 70% o 75% del éxito en este deporte”, reconoce Diego. Esta perspectiva revela su humildad y su fortaleza mental para aceptar variables fuera de su control. “Es un ser vivo, puede tener un día malo y, aunque tú estés en tu mejor momento, las cosas no se dan”. La precisión exigida en la élite es absoluta. “Un amigo chileno, en las Olimpiadas de Tokio, tiró un solo palo el primer día y con esa única falta no clasificó a la segunda vuelta. Hoy, un pequeño error te deja afuera”.

Este nivel de exigencia se refleja en el sistema de competición de la Federación Ecuestre Internacional (FEI), que se clasifica por estrellas. Las pruebas de una estrella tienen saltos de hasta 1.40 metros, las de dos estrellas suben a 1.45 metros, y las de tres estrellas pueden alcanzar 1.55 metros. Las categorías de cuatro y cinco estrellas, el pináculo del deporte, presentan alturas de 1.60 metros, el mismo nivel de una Olimpiada.

La logística para competir a este nivel es asimismo desafiante, especialmente el traslado de los caballos. “Es una locura, por ejemplo, muchos caballos de jinetes europeos viajan en avión cada dos semanas. Pero si quieres alcanzar objetivos altos, tienes que estar preparado para este estilo de vida”. En este contexto, destaca el rol de los grooms, los cuidadores que son parte esencial del equipo: “Están 24/7 con los caballos, los conocen a la perfección y saben si algo les molesta cuando tú no estás”. Son mucho más que asistentes, son los guardianes del bienestar del atleta equino.

Sueños que trascienden fronteras

Los objetivos de Diego van más allá del éxito personal. Sus miras están puestas en los Juegos Bolivarianos en Lima a finales de año y, posteriormente, en los Juegos ODESUR en Argentina. Esta última competencia es crucial, ya que sirve como clasificatorio para los Juegos Panamericanos. “Mi sueño es poder saltar en equipo por Bolivia en unos Panamericanos. Ojalá lo podamos lograr, paso a paso”, comparte con una emoción que refleja tanto ambición como amor patrio.

Su visión del hipismo boliviano, aunque realista, está cargada de optimismo. Celebra con entusiasmo el notable crecimiento del deporte, sobre todo en Santa Cruz donde se organizan torneos internacionales en diferentes clubes para fomentar el roce competitivo, destacando que cada torneo ayuda a dar un paso más hacia el futuro deportivo. Para él, las limitaciones económicas o la diferencia con el nivel de la élite no son un freno, sino el escenario perfecto donde se demuestra el verdadero amor por este deporte. Es increíble ver cómo la comunidad ecuestre se une, cómo cada jinete invierte no solo dinero sino su alma, para poder competir.

El motor secreto de un gran competidor

Para Diego, cada competencia es una oportunidad, incluso cuando los resultados no son los esperados. Su experiencia en un Panamericano anterior ilustra su mentalidad: “Aunque el resultado no fue como esperaba, en lugar de bajonearme, se convirtió en el motor que me empuja a entrenar más fuerte y seguir creciendo. Ahora no solo quiero hacer un buen papel, quiero pelear por una medalla”.

Esta filosofía de convertir las derrotas en motivación es lo que define a un campeón. “La lección más profunda que me ha dejado este deporte es que no hay que rendirse nunca. Siempre hay que soñar en grande y seguir intentándolo”.

Forjando un legado, salto a salto

El consejo de Diego para los jóvenes jinetes bolivianos surge de su propia experiencia, una que va más allá de la técnica y se adentra en sí mismo. “No tengan miedo. Por más duro que sea, si realmente quieres algo, tienes que seguir luchando hasta conseguirlo”. Esa lucha, aclara, implica una disciplina constante y encontrar satisfacción en los pequeños avances que nadie ve. Sus palabras resuenan con la fuerza de quien dejó su hogar a los 18 años, enfrentando dudas y soledad. “Hubo momentos muy malos en los que me preguntaba ‘¿qué hago acá?’, pero tenía mis metas bien marcadas y la clave fue no rendirme”, comparte con honestidad. En esos instantes de incertidumbre, la rutina y la conexión con sus caballos se convirtieron en su ancla a tierra.

La historia de Diego Bedoya es un testimonio viviente de que la grandeza no conoce fronteras y que el talento boliviano puede brillar en los escenarios más exigentes. Es la historia de un compatriota que decidió que sus sueños eran más grandes que sus circunstancias y que, con el apoyo incondicional de su familia como motor desde la distancia, sigue demostrando que cuando la pasión se encuentra con la determinación, los caballos se convierten en las alas para llevarte tan lejos como te atrevas a soñar.