• Por: Marcelo Campos
La tierra chapaca se consolida como el epicentro del enoturismo en Bolivia, atrayendo a miles de visitantes cada año con su Ruta del Vino y el Singani, una experiencia que combina historia, sabor y paisajes únicos. A ello se suma la riqueza gastronómica local como el saice o los tradicionales cangrejitos de San Jacinto y un patrimonio histórico que realza la identidad del valle.
Vinos entre nubes
Enclavada en un valle fértil a orillas del río Guadalquivir, Tarija ha dejado de ser un secreto bien guardado para convertirse en uno de los destinos más cautivadores del país. Su clima templado, la arquitectura colonial y su cocina típica son apenas el preámbulo de una experiencia cuyo verdadero protagonista es la uva.
Con viñedos situados entre los 1.800 y 2.200 metros sobre el nivel del mar, Tarija produce algunos de los vinos más altos del mundo, lo que confiere a sus etiquetas un carácter inigualable y una calidad reconocida internacionalmente.
La Ruta del Vino y el Singani
Considerada el mayor atractivo turístico de la región, esta ruta recorre municipios como Cercado, Uriondo, San Lorenzo, Padcaya, El Puente y Yunchará. A lo largo del circuito, los visitantes descubren bodegas industriales premiadas y emprendimientos familiares que conservan técnicas ancestrales. Cada parada ofrece recorridos guiados, degustaciones y una inmersión en la cultura vitivinícola chapaca.
Según el Gobierno Autónomo Municipal de Tarija, la región recibe entre 280.000 y 300.000 turistas anuales, de los cuales el 95% elige la Ruta del Vino y el Singani como actividad principal. Este flujo genera un movimiento económico superior a 150 millones de dólares al año, solo en venta de vinos y singanis.
El singani, aguardiente emblemático de Bolivia, se elabora principalmente en el valle central a partir de la uva moscatel. Su calidad está protegida por una Denominación de Origen (Ley N.º 1334), que garantiza procesos rigurosos y auténticos.
Rutas con identidad
Una de las experiencias más singulares es la “Ruta del Singani Artesanal y los Molinos de Piedra”, en la Sub Central de Yesera. Incluye visitas a haciendas patrimoniales como San Carlos, emprendimientos familiares como La Yesereña y El Galeán, y espacios agroecológicos como Finca La Tradición y Huerta La Merced. Allí, los turistas pueden participar en actividades rurales, observar el proceso artesanal y, por supuesto, degustar productos locales.
Cada bodega revela su personalidad: algunas modernas, con arquitectura de vanguardia y catas guiadas por sommeliers; otras, casonas antiguas donde el vino se sirve en copas de barro y las historias fluyen al ritmo del singani. En Uriondo, por ejemplo, el aire huele a uva madura y tierra húmeda, mientras los anfitriones relatan cómo sus abuelos plantaron las primeras cepas hace más de medio siglo.
Un festín para los sentidos
El enoturismo en Tarija es también una experiencia gourmet. Los viñedos ofrecen almuerzos maridados con vinos locales, en mesas rústicas bajo pérgolas cubiertas de uvas. La propuesta culinaria incluye carnes a la cruz, ensaladas frescas con productos orgánicos, empanadas de queso recién horneadas, humintas dulces y postres elaborados con uva moscatel. Cada bocado dialoga con el vino, en armonías que celebran la identidad chapaca con elegancia y autenticidad.
Más allá del vino
Tarija también cautiva con su patrimonio histórico y cultural. Entre sus joyas arquitectónicas se encuentran la Casa Dorada, un edificio Art Nouveau construido entre 1886 y 1903, y la Casa de Moto Méndez, en San Lorenzo, que honra a uno de los héroes de la independencia.
La ciudad celebra además una colorida Semana Santa y en octubre alberga la ExpoSur, la feria más importante del sur del país. Allí se habilita el Pabellón de la Ruta del Vino, donde bodegas y productores exhiben lo mejor de la región junto a espectáculos en vivo.
La gastronomía local completa la experiencia: desde el saice y el cerdo a la cruz hasta los famosos cangrejitos de Tomatitas, ícono culinario inmortalizado en el cine por Paolo Agassi.
Orgullo chapaco
Tarija no solo ofrece vinos de altura, sino emociones profundas. Cada copa cuenta una historia de esfuerzo, tradición y belleza natural. En sus viñedos, el visitante no solo degusta sabores, sino también la identidad de un pueblo que ha hecho del vino y el singani su orgullo y su bandera.








